Andaba una inocente Alicia husmeando por internet,
hará uno o dos años, y encontró algo que se llamaba si no recuerdo mal “Campus
Potter”, cotilleó un poco a ver de qué se trataba y comprobó que era un campamento
ambientado en Harry Potter, en el mundo mágico, en Hogwarts, la llamó mucho, demasiado la atención,
pero no se planteó ir en ese momento.
Pasó el tiempo y el término “Campus Potter” volvió a
presentarse en su vida por circunstancias especiales ¡Su hermana iba a ir de
monitora a dicho campamento!
Alicia ya miraba el Campus con otros ojos, con una
oportunidad más viva, más real, sus padres no tendrían excusa para no dejarla
asistir a aquel lugar, que era especial, único y maravilloso, pero eso ella
todavía no lo sabía…
Empezó a conocer a más novatos como ella, que compartían
las mismas ilusiones y ganas de acudir a la sierra norte de Madrid, a pasar una
semana ajenos al mundo muggle que tan aburrida tenía a Alicia, los no tan
novatos aparecieron también, soltando algún que otro detalle sorpresa para los
novatos…
Aún quedaban más de 100 días para que llegara el
tercer día de agosto, pero ya casi se podía palpar la magia…
Los días pasaban, los nervios estaban a flor de
piel, nuestra protagonista estaba que no se lo podía creer, iba a vivir una
experiencia TAN estupenda (menos de lo que luego comprobaría), sus compañeros, que
ya eran amigos, se encontraban igual, preparativos por aquí, varitas por allá…
Llegó el día tres, y aún con todo lo que la habían
contado a nuestra individua, ella no sabía cómo se iba a sentir al llegar a la estación
de Atocha, cómo iba a reaccionar al ver a toda esa gente fantástica con la que
llevaba meses hablando…
¿Queréis saber cómo la fue?
Fantástico, genial y maravillosamente perfecto.
Abrazos, risas, grititos… algo único.
Nos subimos al autobús, llegamos al albergue y…
Alicia
estaba en Hogwarts.
Vio el brillo de los ojos de los monitores al vernos
a todos los novatos y veteranos, adentrándonos en el Callejón Diagon, sus enormes
esfuerzos estaban recompensados cuando veían como disfrutábamos, como reíamos,
como nos sentíamos en casa.
Allí el tiempo parecía como si se hubiese parado,
como si el mundo muggle siguiera su curso y ellos hubieran entrado en una “dimensión”
diferente, donde los minutos pasaban de una forma distinta, Alicia no sabía cómo
explicarlo, pero si sabía que se sentía diferente.
Un momento que ella no olvidará jamás, es cuando
entró en el gran comedor, siguiendo la comitiva del resto de novatos, la forma
en la que los veteranos los acogían, el modo que los monitores, ya profesores,
les miraban.
Y cuando dijeron su nombre para que el sombrero
seleccionador la destinara a una casa… ese momento fue increíble para ella,
pero ya cuando dicho sombrero pronunció “¡Slytherin!” explosiono de felicidad.
Pudo sentir, desde el mismísimo momento que se sentó
en la mesa con el resto de culebrillas, que estaba con la familia, una familia
distinta a la muggle, pero no por ello inferior.
Sintió el acogimiento, las sonrisas, cómo el término
“juzgar” solo existía en la clase de Artes Oscuras cuando robaron la varita al
profesor Amycus.
Transcurrieron los días, cada uno más mágico que el
anterior, y nuestra Alicia no pensaba en el último, ni se imaginaba cómo iba a sentirse
el día 10 por la tarde…
Y el odiado día llegó.
La angustia, la impotencia, la rabia, la tristeza,
la carcomían por dentro.
Una enorme incomprensión de por qué razón se tenía
que separar de su familia.
No era capaz de entender que esas maravillosas personas que había conocido
tenían que irse lejos.
Lágrimas, abrazos, más lágrimas, y tristes
despedidas inundaron Hogwarts aquel triste 10 de agosto, tristeza que se transportó
hasta Atocha de nuevo.
En la estación, Alicia se veía una semana atrás,
casi sin conocer a nadie, asustada, y se veía en ese mismo momento y no se lo podía
creer, no podía creer como en sus 16 años de vida no había conocido a gente
como la que conoció en esos 7 días, gente a la que ahora podía llamar familia.
Familia, alumnos y monitores incluidos, a los que Alicia ahora tiene que agradecer todos sus esfuerzos, todas sus ganas, para hacerla sentir tan especial, en serio, gracias.
Alicia se impuso, para su bienestar propio, esta “frase”:
«No es un adiós, es un hasta luego»